Aprendiendo a desaprender

Estamos cerrando la primera semana del programa Carolina la mujer de hoy en los nuevos medios.  Cada una de las entrevistas presentadas, estuvo llena de momentos de gratitud, alegría, nervios, aprendizajes y sensaciones, que parecían a ratos, ir a toda velocidad.   Y es que no era para menos.  Salir de nuestra zona cómoda o conocida, y pasar a un espacio donde la entrevista no está solamente siendo grabada, sino filmada en video, hizo a todos los que participamos en la realización, que cualquier experiencia nueva, se sintiera un poco más intensa.  Son esas sacudidas, que te hacen sentir vivo, y al final del día, agradeces. 

Quiero aprovechar estos espacios para compartir contigo, en cada uno de los artículos que vayamos subiendo cada viernes en el blog, relatos de experiencias y procesos que he llevado a cabo por más de 30 años, que han sido clave en mi proceso de sanación.  La idea de compartir contigo mis aprendizajes, de búsqueda y respuestas encontradas, surge con la única intención de recordarte que el cambio es posible, y que, la felicidad, el sentirnos completos y la paz, tan heladas vendrá como consecuencia de trascender aquello, que, durante nuestra niñez, percibimos que nos avergonzó, nos lastimó o nos hizo falta.  

Más allá de la sombra.  Fue el tema que se eligió para el lanzamiento en los nuevos medios.  La entrevista hecha a Julita Alonso, despertó en mí, el deseo de desarrollar un poco más el contenido, haciéndolo en esta oportunidad desde la mirada de mis procesos. 

Aprender, ha sido desde mi niñez, algo que he disfrutado muchísimo.  El ser curiosa y atrevida, son características que me han permitido cuestionar y percibir, que detrás, de aquello que nos enseñaron, es posible que exista algo más. Compartir lo aprendido, es la forma más gratificante que he encontrado de agradecerle a Dios y a la vida por lo sanado.

Viaje sin retorno.

Conocer sobre los rasgos del inconsciente que no reconocemos como propios, es una de esas cosas que marco un cambio trascendental en mi vida.  Por eso deseo compartir contigo, varios de los aprendizajes a los que tuve acceso, cuando supe que estaba lista, para dar inicio, a uno de los tantos viajes sin retorno, en la aventura de resignificar mi vida. El reconocimiento e integración de mi sombra.  

El proceso de integración de mi sombra, requería: 1- que pudiera reconocer que tenía algunos problemas, varias heridas y necesidades básicas de la infancia no cubiertas, 2- que mi percepción de las cosas, estaba alterado a causa del dolor, y el vacío generado por las heridas de mi infancia.

El impacto de la victimización. 

Me sentí víctima por años.  Sentirme victimizada, impedía que pudiera responsabilizarme de mi comportamiento, porque la interpretación que hacía de los hechos, era gobernada por mi niña interior, que se sentía herida, desprotegida y desnutrida emocionalmente.  

Sanar, era posible, pero requería, además de mi voluntad, que dejará de reclamar, de exigir, de quejarme o justificarme y de esperar que otros cambiaran.  La transformación dio inicio cuando aprendí a conocerme a mí misma, a poner límites, a gestionar mis emociones, a hacerme responsable de mis acciones, a perdonar, y aceptar la realidad tal y como fue.

Aceptar las cosas tal y como son, nos da 1- claridad para poder observar nuestros pensamientos, cuestionar nuestras creencias, contactar nuestras emociones, escuchar nuestro cuerpo, integrar nuestras polaridades de luz y sombra.  2- Nos lleva a la maestría del ser, ese estado donde ya es posible, ver las dificultades del camino de la vida, como oportunidades para fortalecer el carácter, y animarnos a conocernos lo suficiente, para convertirnos en eso que nuestra alma sabe podemos llegar a ser.  Quedando atrás el deseo de justificar nuestro comportamiento, en las experiencias dolorosas del pasado. 

La vida no nos exige que seamos perfectos, sino completos.

La vida, transcurre en un mundo de polaridades: lo bueno-lo malo, arriba-abajo, salud-enfermedad, riqueza-pobreza, amor-miedo, guerra-paz, etc.  Nos enseñaron a dar como buenas, las acciones socialmente aceptadas, porque nos llevan a actuar con honestidad, justicia, humildad, gratitud, generosidad, etc. Pero hizo falta, que también nos enseñaran, que la vida en nuestro proceso evolutivo, requiere que podamos reconocer ambas polaridades, como parte de un todo.  Y que reprimir, rechazar, ocultar o negar, lo que consideráramos vergonzoso, negativo o doloroso, nos llevará a evitar a toda costa, reconocer lo obscuro o mal visto, como algo nuestro, por temor a no pertenecer, no gustar y no ser amados.

Aprendimos, como un mecanismo de supervivencia, a sacar del nivel consciente de la mente, todo aquello que nos avergüenza, pero en nuestro subconsciente, la sombra siempre estará latente, esperando la primera oportunidad para salir.  

Cada vez que juzgamos algo como “feíto o despreciable” en otras personas, es nuestra sombra manifestándose, buscando ser vista e integrada.  La forma más sencilla de reconocer lo que tenemos en sombra, es estar atentos, a lo que criticamos en los demás.  Si aprovecháramos los juicios que emitimos sobre otros para ver dentro de nosotros mismos, dejaríamos de proyectar nuestra sombra en ellos. Y como bien dice el refrán, “otro gallo nos cantaría”.

Una pequeña luz, fue suficiente para iniciar el proceso que es irreversible.

Durante la niñez, como resultado de haber sido víctima de abuso sexual durante mi infancia, experimente mucho miedo y sentimiento de indefensión.   Eso me llevo a crear mis propios mecanismos de defensa.  Desarrolle comportamientos dolorosos que, según yo, me brindaban protección y seguridad. 

Mi vida transcurría en espacios en los que me comportaba de formas en las que me sentía cómoda y otras en las que el malestar era muy grande, pasaba de ser: controladora-indiferente, protectora-manipuladora, ordenada-exigente, perfeccionista-sentirme incompleta, rebelde-independiente, fuerte-distante, valiente-miedosa. Ahora sé que cualquier exceso, de mucho o muy poco, genera posturas mentales rígidas, que convierten el dolor de una herida, en sufrimiento.

Buscar ayuda terapéutica, fue además de un acto de valentía, una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Fue a través de mis procesos terapéuticos,  que aprendí, que aunque el miedo nos haga creer que corremos peligro de volver a ser lastimadas, en realidad, es más peligroso, sentirnos víctimas, porque desde ese estado de indefensión, vamos a contarnos, una y mil veces, el mismo evento, y como la mente no distingue entre realidad o recuerdo, cada vez que evocamos lo sucedido, hacemos más profunda la huella de la herida de injusticia, limitándonos a culpar al otro, y desde la postura de víctima, lo único que puedes hacer, es quejarte. 

Nuevos aprendizajes de la integración de mi sombra.

  • Aprendí que pedir ayuda no es un acto de debilidad, sino de humildad. 
  • Que sentir miedo me enseño a protegerme a mi misma y a defenderme.
  • Que proteger a otros no es mi responsabilidad, que a la única que debo cuidar y proteger es a mí misma.  
  • Que ser independiente me llevo a probar cosas nuevas y adquirir un mayor conocimiento.
  • Que ser ordenada me llevo a ser productiva. 
  • El ser perfeccionista me llevo a desarrollar la capacidad de poder concentrarme en diversos temas. 
  • El ser exigente me llevo a buscar una mejora constante y a estar dispuesta a dar mi mejor esfuerzo.
  • El ser rebelde me permitió descubrir la capacidad de mi fuerza.
  • Que ser valiente me enseñó a enfrentarme a situaciones difíciles. 
  • Que ser rebelde me llevo a despertar en mí el sentido crítico y el deseo de aprender y cambiar las cosas que no considero justas, en lugar de conformarme con lo que hay.  

El resignificar mi sombra, me permite hoy, reconocer con alegría, las cualidades que, desde la luz de cada uno de los comportamientos, que asumí desde mi miedo cuando era niña y adolescente, hoy puedo abrazar con amor, a la niña que fui, y asumir el compromiso, a estar consciente, de cubrir nuestras necesidades, y desde mi estado adulto, hacerla sentir, amada, protegida y que puedo cuidar de ambas.  

Agradezco cada experiencia vivida, con la certeza que cada una de ellas, me ha llevado hasta el lugar donde me encuentro hoy.  Estoy lista para honrar y soltar mi miedo, y decirle: Gracias miedo, por haberme hecho sentir resguardada, protegida, cuando no sabía cómo vivir sin ti, porque te sentía como mi segunda capa de piel.  Pensaba que, si te soltaba, las cosas que tanto temía podrían pasar.  Fuiste el escudo tras el cual me refugié.  Fuiste mi compañía, porque pensé que la opción, de que la soledad fuera mi compañera, era peor que tenerte a ti, que eras reconocido por mí, y estabas a mi lado incondicionalmente día y noche.  Me acompañabas al colegio, me acompañabas a dormir, te metías a bañar conmigo.  Nadie pudo hacer eso conmigo, solo tú.  Ahora puedo hablarte y decirte: Gracias porque me acompañaste, estuviste ahí.  Gracias por eso, pero ya te puedes ir.  Ya estoy lista para dejarte ir porque ya tengo otras herramientas.  Ya crecí.  Yo me hago cargo de Carito, como me decía mi mamá, te libero.  Ya estoy lista para soltarte, para soltar las libras que me puse de más, para protegerme y sentirme a salvo de las miradas curiosas de los hombres y poder disfrutar de la vida.  Ya soy mi propia mamá y mi propio papá, me hago cargo.  Honro y agradezco lo que ellos hicieron, con las herramientas que tenían.  Me toca a mí completar la tarea de construir mi vida, yo sigo con eso. Ahora me conozco más, y puedo hacerlo diferente. 

Quiero cerrar esta nota, con algunas líneas del poema “En Paz” de Amado Nervo.  

Porque veo al final de mi rudo camino, que yo fui la arquitecta de mi propio destino. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!  

Carolina Alcázar

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